El tiempo del hijo

El tiempo del hijo parte de la muerte de la madre del dramaturgo para mirar algunos de los grandes asuntos del presente: la desaparición de las estructuras familiares que sostenían los cuidados (basadas en la  desigualdad), la reclusión de la enfermedad en un contexto científico, la disolución del estado de bienestar y su efecto más acusado en las personas mayores, el abandono de los rituales colectivos en torno a la muerte.

Si en las dos piezas anteriores Montero se había presentado en escena como padre fallido o exmarido, acompañado por las personas vinculadas a las heridas que nombraba; en esta ocasión lo hace en el lugar que le deja a muerte de su madre: el de hijo ya para siempre, y comparece solo,   nombrando una ausencia ya irreparable.

“Siempre que tengo fiebre, me acuerdo de mi madre porque sólo una madre sabe cuidar con absoluto amor y dedicación. A mí ya nadie me va a cuidar así. Pienso en  que sus cenizas siguen en mi casa. Me acuerdo de aquella frase de Nabokov: con suerte, algún día todos seremos huérfanos”.

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