Teatro / Danza

La maldición de los hombres Malboro

Evento concluido
La maldición de los hombres Malboro
FOTO: Luis Castilla

Espectáculo fin de gira

Duración 70 min


La maldición de los hombres Malboro
Compañía: Isabel Vázquez

Idea original, dirección artística y coreografía Isabel Vázquez
Dirección de producción Elena Carrascal
Dramaturgia Gregor Acuña-Pohl
Iluminación Carmen Mori
Espacio sonoro Santi Martínez
Textos Max Arel Rafael e Isabel Vázquez
Intérpretes Deivid Barrera, David Novoa, Arturo Parrilla, Javier Pérez, Baldo Ruiz e Indalecio Seura, Álvaro Copado, Maximiliano Sanfordy y Raúl Pulido
Producción ELENA CARRASCAL SLU, con la colaboración de ITÁLICA, Festival Internacional de Danza
Con la colaboración de INAEM, AAIICC y Área de Cultura del Ayuntamiento de La Rinconada

Es posible que muchos de los espectadores más jóvenes no estén familiarizados con el concepto de ‘Hombre Malboro’. Desde los años 50 y hasta casi el cambio de siglo, una campaña de la marca de tabaco estableció un canon visual: el hombre de verdad debía ser rudo, firme, seguro. Masculino, en resumen. Contra esta idea se alza La maldición de los hombres Malboro, una propuesta de danza contemporánea creada por Isabel Vázquez, bailarina, coreógrafa, directora y profesora, en la que contó con un grupo de bailarines que habían sido alumnos suyos. Juntos, investigaron conceptos como la masculinidad tóxica y la incapacidad emocional. 

Los cuerpos de los seis bailarines atraviesan varias etapas, desde el hombre canónico hasta la catarsis y el descubrimiento. El macho, grupal y social, atávico, cede paso a las dudas y la reflexión sobre el género. Más allá del mensaje, La maldición de los hombres Malboro, que cierra en el Lope de Vega una exitosa gira de cinco años, es, ante todo, un espectáculo de danza contemporánea cargado de energía con un sexteto de bailarines entregados en su viaje transformador.  

El espectáculo no trata de la masculinidad como algo nocivo. Pero sí de un modelo masculino tóxico que todavía es hegemónico y vigente. Tóxico porque genera ausencia emocional, un mundo impiadoso, poco solidario y que prevalece a la hora de resolver conflictos. El modelo es masculino, se implanta sobre los hombres, pero también las mujeres lo viven y lo transmiten. Isabel Vázquez

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